El programa de la promoción de la mujer a la luz de la fe

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Hace ya casi 20 años —por no remontarnos más allá— que nuestro Predecesor Pío XII decía a las mujeres católicas del mundo entero: 

«Vosotras podéis y debéis hacer vuestro, sin restricciones, el programa de la promoción de la mujer, que suscita inmensas esperanzas en la muchedumbre innumerable de hermanas vuestras que se ven aún sometidas a costumbres degradantes, o víctimas de la miseria, de la ignorancia de su medio, de la falta total de medios de cultura y de formación» (Pío XII, A la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas, 29 de septiembre de 1957). 

Esta «promoción» debía concebirse «en términos cristianos, a la luz de la fe»; no ciertamente para disminuir su alcance. Al contrario, ya que es a esta luz como mejor resalta la verdadera igualdad entre hombre y mujer, dotados, cada uno según su manera de ser propia, de la dignidad de la persona humana y creados a imagen de Dios. En este mismo sentido el Papa Juan XXIII, en su encíclica Pacem in terris, saludaba como un «signo de los tiempos» el hecho de que la mujer, «cada vez más consciente de su dignidad humana, no admite ya ser considerada como un instrumento; ella exige que se le trate como persona, tanto dentro del hogar como en la vida pública» (1963).

Pablo VI (1975)

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