Las 3 mujeres detrás del origen de la fiesta de Corpus
Una mujer estudiosa y una visión de la luna
La historia del nacimiento del Corpus Christi comienza en el norte de Europa: en Lieja, para ser exactos (entonces parte del Sacro Imperio Romano Germánico, ahora en Bélgica). Y no fue inspirada por sacerdotes, papas ni teólogos, sino por la ferviente devoción de la gente común y por el sueño de una monja en particular: Juliana de Cornillon (también llamada Juliana de Lieja).
Como muchos habitantes de Lieja en aquella época, Juliana tenía una profunda devoción a Jesucristo en la Eucaristía, una devoción muy en sintonía con las tendencias generales de la piedad europea medieval, que se centraban cada vez más en la terrenalidad y la humanidad de Jesús, especialmente en su sufrimiento y muerte.
Lo que distinguió a Juliana fue la idea de crear una fiesta especial. De joven, A los 16 años tuvo una primera visión, que después se repitió varias veces en sus adoraciones eucarísticas. La visión presentaba la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente. El Señor le hizo comprender el significado de lo que se le había aparecido. La luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra; la línea opaca representaba, en cambio, la ausencia de una fiesta litúrgica, para la institución de la cual se pedía a Juliana que se comprometiera de modo eficaz: una fiesta en la que los creyentes pudieran adorar la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento. Durante cerca de veinte años Juliana, que mientras tanto había llegado a ser la priora del convento, guardó en secreto esta revelación, que había colmado de gozo su corazón, reflexionando sobre ello y probablemente analizando las implicaciones teológicas porque además de ser muy devota y asceta, adquirió una notable cultura, hasta el punto de que leía las obras de los Padres de la Iglesia en latín, en particular las de san Agustín y san Bernardo.
Santa Juliana y la Beata Eva
Esta pintura en la Iglesia de San Martín de Lieja respresenta a Santa Juliana de Cornillon, la Beata Eva de San Martín, e Isabel de Huy |
Después se confió con otras dos fervorosas adoradoras de la Eucaristía, la beata Eva de San Martín, que llevaba una vida eremítica, e Isabel de Huy, que se había unido a ella en el monasterio de Monte Cornillón. Las tres mujeres sellaron una especie de «alianza espiritual» con el propósito de glorificar al Santísimo Sacramento. Eva no solo era mucho más franca que su tímida amiga, sino que las anacoretas poseían cierto prestigio en la Europa medieval. La gente las escuchaba.
En resumen, aunque no todos estaban entusiasmados con la idea (¿se puede hacer que la presencia diaria de Dios en la tierra sea más especial con un día festivo adicional?), Eva y otro amigo, Juan de Lausana, promovieron con entusiasmo la causa y encontraron un oído comprensivo en el nuevo obispo, Roberto de Thourotte. Juliana y un joven monje recopilaron todos los textos y la música, y en 1246, el obispo Roberto, después de los titubeos iniciales, acogió la propuesta de Juliana y de sus compañeras, e instituyó, por primera vez, la fiesta del Corpus Christi en la diócesis de Lieja (porque en aquel entonces los obispos podían hacerlo). El único problema fue que falleció poco después.
Sin embargo, la primera celebración del Corpus Christi tuvo lugar el 6 de junio de 1247 en la iglesia de San Martín, donde Eva tenía su monasterio.
Tras la muerte del obispo Roberto, la situación en Lieja empeoró, y la política tuvo un profundo impacto en la vida religiosa, como era habitual en aquellos tiempos, particularmente turbulentos.
A los santos, el Señor les pide a menudo que superen pruebas, para que aumente su fe. Así le aconteció también a Juliana, que tuvo que sufrir la dura oposición de algunos miembros del clero e incluso del superior de quien dependía su monasterio. Entonces, por su propia voluntad, Juliana dejó el convento de Monte Cornillón con algunas compañeras y durante diez años, de 1248 a 1258, fue huésped en varios monasterios de monjas cistercienses. Edificaba a todos con su humildad, nunca tenía palabras de crítica o de reproche contra sus adversarios, sino que seguía difundiendo con celo el culto eucarístico. Falleció en 1258 en Fosses-La-Ville, Bélgica. En la celda donde yacía se expuso el Santísimo Sacramento y, según las palabras del biógrafo, Juliana murió contemplando con un último impulso de amor a Jesús Eucaristía, a quien siempre había amado, honrado y adorado.
El Corpus Christi se globaliza
Sin embargo, pocos años después de la muerte de Juliana, uno de los teólogos liejenses que había apoyado la fiesta del Corpus Christi, Santiago Pantaléon, fue elegido papa Urbano IV. El 11 de agosto de 1264, promulgó la bula "Transiturus de hoc mundo", que declaraba el Corpus Christi una nueva fiesta para toda la Iglesia. Pero, por desgracia, él también falleció poco después, y la celebración de la fiesta del Corpus Christi quedó limitada a algunas regiones de Francia, Alemania, Hungría y del norte de Italia, aunque otro Pontífice, Juan XXII, en 1317 la restableció para toda la Iglesia. Desde entonces, la fiesta ha tenido un desarrollo maravilloso, y todavía es muy sentida por el pueblo cristiano.
No sabemos cuánto tiempo mantuvieron en contacto Eva y Jacques Pantaléon/Urbano IV tras su partida de Lieja, ni si ella le instó a establecer la fiesta para la Iglesia universal, pero un mes después de la publicación de la bula, envió a Eva una carta informándole de la nueva fiesta y entregándole una copia de la liturgia compuesta por Tomás de Aquino. Eva murió en 1266.
El contexto espiritual y cultural
Lo que falta en este simple relato es una idea real del mundo en el que vivieron Juliana, Eva y Santiago Pantaléon: el contexto espiritual y cultural en el que nació la fiesta del Corpus Christi. Era un mundo en el que las mujeres no tenían los derechos y oportunidades que tenemos hoy, pero en el que las mujeres santas, en virtud de su santidad, podían exigir el respeto y la atención de teólogos y prelados. Un mundo complejo con diferentes maneras de entendernos a nosotros mismos y nuestras relaciones con Dios y con los demás. Un mundo que no solo era diferente del nuestro, sino también de la visión plana y estereotipada que muchos tenemos de la sociedad y la Iglesia medievales.
El poder de las mujeres para impulsar a la Iglesia
Todo en la historia de la Iglesia ocurre en un tiempo y lugar concretos, entre personas reales que habitan un entorno cultural, social y espiritual específico. Y por mucho que nuestras prácticas litúrgicas y devocionales evolucionen con el tiempo, siguen arraigadas en las circunstancias que las originaron. Una celebración eucarística instituida desde arriba a partir de un acontecimiento milagroso tiene un significado completamente diferente al de una que surgió gracias a la creciente devoción de toda la Iglesia hacia la persona de Jesucristo y el don que nos dejó en el sacramento del altar.
Corpus Christi es una de esas fiestas (junto con, por ejemplo, el Sagrado Corazón de Jesús y la Asunción) que nos recuerdan el poder de las mujeres para impulsar a la Iglesia. De hecho, diría que no solo está en nuestro poder, sino que es nuestro deber como cristianas bautizadas. Pero, por favor, presten atención a la lección que nos enseña Santa Juliana: que debemos usar este poder no para nuestros propios fines terrenales, sino para dar mayor gloria a Dios y a Jesucristo, su Hijo.
Fuentes:
https://slmedia.org/blog/the-true-story-of-the-feast-of-corpus-christi
https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2010/documents/hf_ben-xvi_aud_20101117.html
https://es.catholic.net/op/articulos/35946/juliana-de-monte-cornillon-santa.html
https://es.catholic.net/op/articulos/34914/eva-de-san-martn-de-lieja-beata.html
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