25 de marzo: valoración de la mujer, del sexo y de la vida
No celebramos el 8 de marzo, ya que su historia es cruel, memoria de las que sufrieron una terrible miseria en trabajos mal pagados en fábricas (+). El día de celebración para las mujeres es el 25 de marzo, festividad de la Anunciación, cuando la mujer que cambió el curso de la historia de la humanidad concibió a su hijo divino, y la tierra y el cielo se regocijaron.
1. El mensaje de las culturas paganas sobre la mujer
Las culturas paganas, tanto actuales como pasadas, transmiten un mensaje de inferioridad femenina: las niñas sacrificadas por ser de menor valor que los niños, las adolescentes vistas como sexualmente disponibles, la virginidad despreciada, las ancianas consideradas una carga pesada.
El nihilismo antiguo y moderno desde lo abstracto de la teoría baja a consecuencias muy concretas. Es obvio, por ejemplo, que la puerta que abre el paso al estar arrojado en la tierra, atrapado en la materia, enterrado en el cuerpo -como decía Platón - es la sexualidad, y que el primer encierro del hombre, es el vientre de la mujer. Por eso en este tipo de pensamiento nihilista: sexualidad, mujer, tierra, cuerpo, mundo, adquieren un significado oscuro, negativo. Lo femenino, lo corporal, se hace sinónimo de lo irracional, de lo destinado a la muerte, de lo débil, de lo efímero. El sexo, especialmente, adquiere un aire sospechoso, pasional, turbio, pecaminoso. Lo único que hace al hombre hombre es su espíritu, que no pertenece a la tierra ni a lo femenino, sino a lo celeste y masculino. La razón, pues, lucha para liberarse de la tierra, del cuerpo, del dominio del sexo, de la debilidad propia de lo femenino. El ser humano está dualísticamente escindido en dos porciones, una oscura, sexuada, pasional, sujeta a deseos y dolores, su cuerpo; otra etérea, viril, espiritual, atemporal, divina, su alma.
2. La consideración bíblica de la mujer
El pensamiento bíblico, forjado en medio de este mundo de ideas, reacciona firmemente frente a esta concepción nihilista y dualista negadora de la vida. El mundo no es un lugar de destierro, la vida no es una caída del espíritu en la tierra, ni mucho menos una burla o castigo de los dioses, ni una escuela de servicio a las divinidades. El mundo es bueno, la tierra es buena, la vida humana es muy buena, la procreación es santa. Si Vds. repasan el famoso poema metafísico de la creación que figura en el portal de nuestra escritura, en el Génesis, no puede dejar de notar la reiterativa y monótona afirmación, obra tras obra, de que "y vio Dios que era bueno", en manifiesta alusión a todas esas concepciones nihilistas, dualistas y pesimistas. Pero la aprobación del autor se hace más punzante cuando aparece precisamente la vida, los animales, lo genésico, que además de aprobación recibe una especial y exultante bendición divina: "y bendíjolos Dios diciendo, sed fecundos y multiplicaos". Es lo mismo que se repite a la aparición del más noble de los seres vivientes, el hombre, no solo varón sino que 'varón y mujer lo creo', hecho a imagen y semejanza de Dios: "sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla"; y todo allí coronado con la enfática afirmación "y vio Dios, no que era bueno, sino, que era muy bueno".
La obra creadora de Dios no es ningún castigo impuesto a nadie: la creación, el mundo, la materia son buenas -dice la Escritura-, el cuerpo es bueno, y -contra cualquier nihilismo o sinsentido del existir- Dios crea para la vida, no para la muerte. Tanto queda a salvo la intención buena de Dios respecto al hombre y a su mundo, que cuando, inevitablemente, el pensamiento bíblico se encuentra frente al problema del mal y del dolor, no duda en exculparlo a Dios y pone toda la culpa del aparecer del sufrimiento sobre las pobres espaldas de los hombres. Y será finalmente la inconmovible confianza en el propósito bueno de Dios al darnos la vida la que llevará a muchos judíos ya cercanos a la época de Cristo a esperar una vida regalada por Dios más allá de la natural e inevitable muerte.
No encontrarán Uds. salvo que la interpreten mal -desde la filosofía dualista-, ninguna afirmación de la Escritura que desmienta esta primigenia valoración de la vida, del mundo, del sexo, de la mujer, que, en el pueblo judío y luego el cristiano, se transforma en un verdadero canto a la vida, al amor, a la fecundidad... Por eso no se concibe entre los judíos el varón que no se casa, que no funda un hogar, que no tenga hijos. El célibe -para los judíos- cuando lo es voluntariamente es un egoísta cerrado a la vida, con una humanidad incompleta... un raro... La que no tiene hijos, aún casada, la yerma -como decía García Lorca- sufre terrible vergüenza con el baldón de su esterilidad.
Cuando, en el libro de los Jueces, Jefté anuncia a su hija núbil que ha prometido sacrificarla a Dios y su voto lo obliga a matarla, ella le pide "Padre, déjame al menos dos meses para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras mi virginidad". La virginidad perpetua no tenía el menor sentido en Israel porque así solo era signo de infecundidad, de incapacidad de dar la vida. Si lo tenía antes del matrimonio, al cual la mujer debía llegar virgen. El sexo no es para la Biblia solo un juego placentero, una fuente de egoísta placer sino, a la vez que medio dignísimo de propagación de la vida en la línea de las intenciones originarias de la creación, expresión privilegiada, signo sagrado, sacramento, del amor integral, permanente y exclusivo entre el varón y la mujer. De allí la condena al uso torpe de la sexualidad de por sí santa, para objetivos menos nobles que estos. Y por eso la virginidad prematrimonial, al mismo tiempo que garantía de la legitimidad de la progenie, era en el mundo de la Escritura el sello de la entrega exclusiva con la cual pronto se entendió el matrimonio: el darse único, y para siempre entre un varón y una mujer.
3. La novedad de la virginidad perpetua de María
Es en este contexto de consideración bíblica de la mujer, del sexo y de la vida, donde ha de entenderse el evangelio de hoy y, a grandes rasgos, la novedad de la virginidad perpetua de María. Porque precisamente lo que ahora está en juego es la victoria definitiva de la vida, no de la muerte, de la nada, en el existir humano. La vida del hombre no está destinada al morir, no es un breve paréntesis entre dos insondables ausencias, no es una alienación en el tiempo de la cual solo podemos salir por la ascesis, la mortificación o el suicidio, no es una penosa obligación carente de sentido, está destinada a crecer y dar frutos y finalmente ser superbendecida y fecundada por la misma vida de Dios. En una suerte de nueva creación en donde el hombre solo puede abrirse en aceptación, ya que de lo humano no puede surgir lo divino. Por eso, en el evangelio de Mateo, José recibe el anuncio del nacimiento de Jesús durmiendo, en sueños, allí cuando el hombre no puede hacer nada por sí mismo. Por eso María recibe el anuncio del Ángel virgen, voluntariamente estéril al actuar humano de por sí incapaz de Dios: pura disponibilidad, pura pobreza, puro dejar hacer en sí lo que Dios quiera, toda ella libremente humilde nada, permitiendo a Dios crear y engendrar en ella a su propio Hijo. Dios hubiera podido hacerlo con intervención de un marido humano, pero ello hubiera sido menos expresivo de la distancia que existe entre lo que el hombre puede alcanzar por sí mismo y el puro regalo, el don, que Dios de Sí nos hace.
No se trata de pureza, entendida dualista, maniqueamente, ni de dominio estoico o yoga a las pasiones, ni de desprecio del sexo, del matrimonio o de la vida, la virginidad es, en María, la marca teológica del infinito amor que Dios nos tiene dándonos tanto más de lo que podemos atrevernos a aspirar.
Por otro lado, la virginidad de María -y la de José- se transforman no en aras de la esterilidad, sino de la divina fecundidad, de la dación de la vida verdadera, de la Esperanza, en manifestación de la entrega exclusiva de ambos no solo a Dios sino al tierno amor de varón y mujer que se tenían. ¿Acaso aún entre nosotros, cuando el varón se va a la guerra, cuando uno de los dos se enferma, cuando obligada separación, cuando el noviazgo cristiano, la abstención del sexo no es también suprema manifestación de amor, precisamente en cuanto sexo?
La virginidad de María y la de los y las vírgenes cristianos nada tiene, pues, que ver con el desprecio a la vida, ni con ninguna dualista reacción puritana a la sexualidad, ni con una infravaloración del matrimonio, sino con la distancia de lo humano a la sublimidad del don de la Encarnación, con el lapso inmenso entre lo humano y lo divino y, por lo tanto, con la pobreza desde la cual hay que aceptar el don, la vocación a la vida verdadera, que sublima todos nuestros legítimos y buenos deseos de vida de este mundo...
Fuente:catecismo.com.ar
Consideremos en el misterio de la Anunciación el amor de Dios por nosotros, la dignidad de María, la dignidad de la mujer... (Cfr. P. Dehon, Autobiografía 5/202)
[*] El flayer es en referencia a que el 25 de marzo de 1911 ocurrió un incendio en la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York que dejó 146 muertes, de las cuales 129 eran mujeres. El incendio en la fábrica Triangle Shirtwaist es el desastre industrial con más víctimas mortales de la ciudad y el cuarto de Estados Unidos. Este suceso tuvo consecuencias en la legislación laboral y se referencia constantemente en la conmemoración del día internacional de la mujer en este país, ya que fueron las pobres condiciones laborales las que causaron esta tragedia.
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