15 al 22 de agosto: La Asunción de la mujer (Octava)


15 de agosto (Día de la Asunción): 

“Y Dios creó al hombre: varón y mujer los creó”, dice el Génesis. "Dios creó a adán" -y 'adán', en hebreo, no es un nombre propio, quiere decir sencillamente 'hombre'; y ese adán es, según este pasaje, “Adán y Eva”, “isch” e “ischa”, "varón y 'varona' lo creó".

Por eso mismo el nuevo hombre, no será solamente el varón asumido y ascendido, Jesús, sino también María, la mujer. El misterio de la redención y divinización del hombre -el fin del universo- se completa recién con la Asunción de la mujer.

¡Qué importante en estas épocas machistas en que vivimos -y que derivan justamente del mundo protestante que borró la figura de María y, por lo tanto, y en consecuencia, de la mujer que el cristianismo auténtico había valorizado contra las concepciones despreciadoras de la mujer de la antigüedad- qué importante en esta cultura decadente en que impera un falso feminismo que es más machista que nunca, porque valora a la mujer en cuanto es capaz de imitar al varón y la degrada en sexo y pornografía en lo que tiene de estrictamente femenino, y aún la convence de los inconvenientes de ser madre, que es su dignidad suprema e incomparable- qué importante que la Iglesia haya sabido declarar dogma la más hermosa bandera de verdadero feminismo que puede haber: la Asunción de la mujer, de la madre! [*]

¿Y qué es la Asunción y la Ascensión, sino, asimismo, la enseñanza de que el hombre no es solamente espíritu, fría razón, alma descarnada, sino también cuerpo? Y cuerpo y sentimientos de varón y ternura de mujer, todo eso ascendido, divinizado, asumido, en los cristianos, por la gracia.

Pero la Asunción no es solamente la afirmación de que lo femenino ya está asumido en lo divino, primicia de la nueva humanidad que allí comienza. Es mucho más: así como Cristo, en su Ascensión, es constituido Señor y cabeza del universo; así también María. Nosotros lo confesamos, sin quizá darnos mucha cuenta, en el quinto misterio glorioso del Rosario, María, Reina y Señora de toda la Creación.

Sí: la Asunción no es solamente un privilegio de María debido a su maternidad divina y su falta de pecado. Es poner, con Jesús, al frente de la Historia, al frente de la Providencia sobre este mundo, a un corazón de madre, a un corazón de mujer.

Aquí también nos juega una mala pasada la imaginación. Imaginamos a la Virgen aldeana, a la Virgen de la Visitación, a la dolorida madre frente a la cruz hundida en la oscuridad de esa muerte hasta allí oscura y tenebrosa. No: no es solo Esa, la que, trasladada espacialmente al cielo, cuida un poco inexplicablemente de nosotros. Es María sí, la misma que era antes y fue siempre, pero transformada, ascendida, divinizada al lado de su hijo, transida por gracias de la inteligencia y el corazón –que, como dicen los teólogos, supera la gracia de todos los santos juntos- y que es capaz de hacerla permanentemente presente a cada uno de nosotros, de nuestros instantes, de nuestros reíres y pesares.

A Ella, junto a Jesucristo, se le ha dado el cetro y manejo del universo. Y hasta de su último detalle.

Eso también nos dice la fiesta de hoy: toda nuestra vida, lo que nos pasa, lo que sucede en el mundo y sale en los diarios, o lo que duele en lo oculto de nuestros corazones, todo, no es ni por casualidad, ni por los hados, ni por los astros, ni por una providencia computada y fría de un Dios incomprensible y lejano, sino por voluntad de un corazón de hombre, de varón, de hermano, latiendo al unísono con el querer y amar de un corazón de mujer y de madre.

Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo.

Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. 

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén...

16 y 19 de agosto:

La asunción de la santísima Virgen a los cielos, vuelve a repetir, en lo femenino, esa transformación hacia la plenitud del octavo día, hacia el tiempo definitivo del hombre y la creación, que ha inaugurado Cristo, en lo masculino, con su propia Resurrección. Porque el hombre no es solo el varón, como lo han proclamado siempre los machismos que han dominado todas las civilizaciones fuera del cristianismo, el hombre es el varón y la mujer, como bien lo grita a todos los vientos el primer capítulo del Génesis.

            El hombre definitivo, pleno, transformado, exaltado, el inicio de la humanidad ya terminada, perfecta, acabada, tampoco es solo el varón: el varón y la mujer. Y así como el varón pleno, el macho acabado no es aquel que se realiza a sí mismo por medio de su talento, de sus obras, de su ciencia, de su política, de sus riquezas, en última instancia de su soberbia, sino el que nace de su unión inmerecida con Dios y de su ascensión y exaltación a través de la cruz, así tampoco la mujer plena no será fruto de ninguna de estas actividades y posibilidades humanas, ni de ningún pseudo feminismo o liberación temporal, sino de la obra que en su humildad y pequeñez haga Dios a través de su fe: "Dichosa tú que has creído, bendita tú entre todas las mujeres". Así se transforma ella, como simbólicamente nos lo muestra el Apocalipsis, en la mujer revestida de sol, es decir, de luz y vida divina, y que, al mismo tiempo, domina todos los tiempos de la historia, ese tiempo representado por la luna que lo mide, y sobre la cual ella se para como reina.

            El dragón es la representación de los poderes y tentaciones de este mundo, en cuanto no quieren someterse a Dios y pretenden bastarse a sí mismos: el mundo de los ricos y soberbios, de los cuales habla el Magníficat; el mundo de Adán y Eva, que quieren hacerse como Dios. Ellos siempre perseguirán a la mujer y sus hijos, la Iglesia, que tendrá que refugiarse en el desierto de la oración, de la humildad, de la paciencia, mientras ve angustiada como la cola del dragón arrastra a tantos hacia el abismo.

            Pero la solemnidad de hoy, nos habla más bien del triunfo final. De esos nuevos cielos y nueva tierra que han ya inaugurado Cristo y María con su Resurrección y exaltación, y que es el objetivo final de toda la historia y de cada una de nuestras vidas.

            La Resurrección, ascensión o asunción del Señor y de la Señora, anticipan nuestro propio destino de cristianos. Pero, en el caso de Jesús y de María, esa exaltación es, al mismo tiempo, adquisición de señorío y realeza sobre el universo. Nos habla de que la gracia y la ayuda que Dios nos presta para nuestra propia santificación y transformación, están en manos de ellos. Dios ha puesto todo el acontecer de los tiempos y de nuestras propias vidas, en poder de un varón y de una mujer. Ellos son los que, nuevo Adán y nueva Eva, desde la meta conseguida, nos alcanzan ayuda constante y preciosa para vivir cristianamente.

            Cristiano: tienes por Señora, por Reina, en el cielo, un corazón de mujer. Lo que temas contarle, o tengas vergüenza de pedirle, al Rey, a tu hermano mayor, al varón, no vaciles nunca, jamás tengas temor, de confiárselo a tu Madre.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve.

A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

¡Oh, clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!...

17 y 20 de agosto:

El hombre querrá volar al universo, cabalgar ideales y utopía y alucinarse por los fines. La mujer vive en la tierra y sabe temperar la brutalidad de los esquemas masculinos, porque tiene la ciencia del tacto y la caricia. Sabe pronunciar el nombre único y personal, suavizar y purificar los tonos, adaptar la fórmula ruda del varón a los matices de cada situación especial.

Y la mujer es siempre el camino de retorno. Si el varón es la fuerza centrífuga, el espíritu que vuela afuera y que carga. La mujer es el centro, la solidez, es el polo que atrae.

Así como Dios no está en el cielo; sino que el cielo es donde está Dios, así la mujer no está en el hogar, sino que el hogar es donde está la mujer.

Desde ese centro nutricio sale lo viril en sus excursiones de poeta, de soldado, de científico –decía Chesterton-. Pero a ese centro siempre ha de regresar si no quiere extraviarse.

Lo masculino es catabólico, gasta energía, desarrolla actividad, violencia. Lo femenino es anabólico, almacena fuerza, recibe y conserva. Para dar.

Por eso la mujer representa la fuerza. Es ella la que conserva y guarda, espera y recibe. Par poder luego nutrir, curar y reponer. Ella es lo permanente: es el ser que acepta, gesta, pare y amamanta.

La pareja primordial no es tanto el marido y la mujer, sino, arquetípicamente, la madre y el hijo. Y la madre es el ser, el hijo es el actuar. Por eso no hay hijo sin madre y, en cambio, puede haber mujer sin hijo y madre virgen, sin varón.

“Y Dios creó al hombre: macho y hembra los creó.” Así dice la Biblia. El ‘hombre' no es solo el ‘varón' o sola la ‘hembra'; sino ‘varón y mujer'.

La Pascua -Resurrección y Ascensión-, nos hace contemplar, todos los años, el misterio de la apoteosis de lo humano en Jesús. El misterio del hombre que es hecho Dios, que es ascendido a lo divino. Sublimando, así, a lo celeste, toda la creación, de la cual el ser humano es resumen, microcosmos.

Pero el hombre es ‘varón y mujer'. En Jesús de Nazaret se ha divinizado lo masculino de lo humano.

De allí que la fiesta de hoy, la Asunción, completa la Pascua.

También lo femenino es glorificado: varón y mujer, Señor y Señora, Rey y Reina

El protestantismo flaco favor ha hecho a las mujeres cuando mutilando la concepción católica del hombre y su redención, la reduce a lo puramente varonil. De allí que, como lógica reacción, el feminismo exacerbado y la reivindicación de la homosexualidad haya nacido en países de influjo protestante.

También lo femenino, las penas y alegrías de la mujer, todas las cualidades que de ella suponemos y sus riquezas propias, podamos aún determinarlas o no, debían ser ascendidas al cielo si la promoción del hombre quería ser plena y no parcial.

Porque también la ‘economía' de la redención, si debía realizarse sacramentalmente a través de la mediación humana, debía efectuarse mediante lo femenino. No solamente Él. Ella también debía ser mediadora de todas las gracias.

No solo a través del llamado viril de Cristo, de su convocatoria al combate, de sentir en las cargas rostro al viento sus estribos y espuelas flanco a flanco con las nuestras, su brazo sobre nuestro brazo, su cansancio llevando el nuestro, su ira ante nuestras cobardías. La gracia de Dios llegará a nosotros también a través de un regazo de madre, de un mimo de mujer, de un lugar donde dejar de lado nuestra armadura y espada y poder llorar como chicos en el tierno consuelo de sus faldas.

Pero, más aún, la figura de María describe la actitud constante de todo cristiano, porque –como decía Marañón- el cien por cien varón o el cien por cien mujer son ambos monstruos, de allí que aún el más masculino de los hombres debe abrigar matices femeninos para no ser una bestia y, viceversa. Tanto más en un cristiano. Jesús, por supuesto, -aunque, claro, ¡Él ya tiene tanto de su Madre!- pero, también, María.

Y, aunque no queramos exagerar: la madre antes que el hijo. Porque primero es recibir, atesorar, conservar, hacer crecer en nuestro interior la gracia, en actitud pasiva, mariana. Madurarla y gestarla en el silencio, en el puro recibir. Aceptar. Primero y antes que nadada, ‘ser'.

Recién después ‘actuar'.

Que Ella así nos lo enseñe. Y, sobre todo, que Ella nos geste como sus hijos. Y nos proteja y nos nutra y nos consuele y nos mime, para la eternidad.

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita....

18 y 21 de agosto:

Agosto, en uno de cuyos días -lamentablemente ya no feriado-, el 15, festejaremos la solemnidad de la Asunción , será un mes propicio para reflexionar sobre el verdadero feminismo cristiano.

El dogma de la Asunción , proclamado recién como tal en 1950, pero vivido desde siempre en la fe y piedad de la Iglesia Católica, nos muestra que la salvación del hombre, la culminación de la humanidad, su metamorfosis y acceso a lo divino, se da no sólo en la ascensión, promoción del varón, Jesús, sino recién en la ascensión o asunción de la mujer, María.

Porque la revelación bíblica afirma que ha adam -el hombre- no es solo el varón, sino el varón y la mujer. "Y Dios creó al hombre -ha adam-: varón y mujer lo creó"

La plenitud humana conseguida en la resurrección y ascensión de Cristo, el Hombre Nuevo, se realiza íntegramente cuando la Nueva Eva alcanza a su vez y mediante la cruz -ella vivió la misma cruz de su hijo, a sus pies- la gloria de la propia resurrección y ascensión. Es toda la opulencia de lo humano, en lo que tiene tanto de masculino como de femenino, la que es rescatada y elevada por la Pascua.

Estas realidades últimas nos están enseñando, pues, que la mujer tiene riquezas propias complementarias de las del varón y éste de las de la mujer, que de ninguna manera pueden hallarse única e indiscriminadamente en sólo uno ambos. El unisex no cabe en la naturaleza humana saludable e íntegra, ni las diferencias de varón y mujer pueden de ningún modo reducirse a un mero asunto de genitalidad; sino de psicología, sentimiento, talentos y, también, legítimas tradiciones culturales.

Aún en la espiritualidad cristiana el trato con Dios está mediado no sólo por el varón, Jesucristo, sino por María, la mujer; y cualquier espiritualidad que careciera totalmente de una u otra figura, ciertamente desviaría el recto relacionarse del hombre con Dios -así como en la educación de la persona intervienen complementariamente la figura viril, paterna, y la femenina, materna-.

La Asunción de la Virgen, de la Mujer, de la nueva Eva, nos señala el horizonte del auténtico feminismo, en el rescate glorioso de todos los valores propios de la mujer, y su sublimación, junto a los del varón, Jesús, a la derecha del Padre.

Desde allí, varón y mujer, Jesús y María, elevados a Señorío cósmico, como Rey y Reina de toda la creación, conducen nuestra historia social y personal, en la medida en que somos dóciles a sus sugerencias viriles y maternas, hacia la plenitud de la realización y ascensión a la cual ellos ya han llegado como cabezas de la humanidad.

Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza.

A Ti, celestial Princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón.

Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía....

22 de agosto (Día de María Reina):

La primera metafísica o concepción del mundo que valoriza la mujer, que sostiene su plena dignidad y su igualdad con el varón, es la que aparece en el libro del Génesis. Y no es extraño, porque contra todas esas metafísicas orientales que afirmaban que el mundo y las diferencias y la multiplicidad y las pasiones y los individuos eran el mal, la Biblia declaraba y declara, solemnemente, en su primer capítulo, que las cosas son buenas, con toda su variedad, diferencias, jerarquías y especies: "y vió Dios que todo era bueno."

Y cuando se refiere al hombre afirma contundente: "Y Dios creó al hombre: varón y mujer lo creó. Y vio Dios que ésto era muy bueno."

Muy contrariamente al mito del andrógino que sostiene que lo primitivo, lo verdaderamente humano es la indiferenciación, el himno del primer capítulo del Génesis afirma que lo primitivo, lo querido por Dios es la diferencia, los dos sexos: no el hermafrodita, sino el varón bien varón y la mujer bien mujer.

Es verdad que, luego, en el judaísmo de los últimos siglos antes de Cristo ésto no fué observado correctamente. El antiguo mito de Eva saliendo de la costilla del varón alimentaba algún equívoco. La sociedad judía como tal no había sacado todas las consecuencias del mensaje dignificador de la mujer del Génesis, y el lugar de ésta en la sociedad hebrea era bastante pobre, con pocos derechos, sometida al arbitrio prepotente del padre y luego del marido, no reconocida su personería por las leyes sino a medias...

En esto Jesús es un revolucionario: trata a la mujer de igual a igual: piensen en su conversación con la samaritana que tanto sorprende a sus discípulos varones, en su amistad con Marta y María de Betania, a quienes no duda en integrar como discípulas, y la libertad con la cual actúa con ellas frente a los prejuicios de la época. Vemos, incluso, en el evangelio de Juan, como una de ellas, en ocasión de la vuelta a la vida de Lázaro, es la primera en manifestar su fé en Cristo ‑lo que en los sinópticos se atribuye a Pedro‑, y, luego, son las primeras a las que se aparece Jesús y que anuncian su Resurrección a los hermanos...

Con sus más y sus menos, sufriendo por supuesto el influjo de los condicionamientos culturales de la sociedades en donde prendía el evangelio, pero rompiendo los prejuicios, el cristianismo fué cumpliendo durante todos estos siglos el papel impar de valorizador de la mujer. Piénsese, por ejemplo, en la abolición de la poligamia, del derecho del varón de recambiar mujer como a un mueble viejo cuando se le antojaba y que hoy vuelve a aparecer aprobado por las leyes del divorcio y que la Iglesia nunca admitió ni admitirá... Piénsese en la concepción santa del sexo, integrante del sacramento del matrimonio, que impide, cuando respetado, que la mujer se transforme en un mero objeto de placer del varón. Piénsese cómo ‑cuando a nadie se le hubiera ocurrido darle un trabajo fuera de su casa‑ a través de las congregaciones religiosas de vida activa, la Iglesia ha promovido y promueve en lugares donde aún hoy el papel de la mujer es socialmente nulo, su asimilación a la actividad pública, a la valoración de sus talentos y de su dignidad...

Pero, quizá, con lo que más la Iglesia ha exaltado la maravilla del ser mujer fué en el papel que ha desempeñado y desempeña María, la madre del Señor.

Es en María como la Iglesia rescató siempre, aún en los pueblos más machistas, más despreciadores de lo femenino, como eran por ejemplo las culturas amerindias antes de la conquista ‑donde se las listaba entre los objetos y las bestias de carga‑ la esencial dignidad personal de la mujer, par a la del varón.

Es en el culto a María donde se desarrolla la noción de la dama, de la señora que ha de ser toda mujer cristiana, el respeto caballeresco a la mujer, la igualdad que llevó a la escena política cristiana a grandes reinas, a grandes figuras públicas mujeres... Pero, sobre todo, ese asombro que mostraba aquel musulmán Abdul-Amid, que en las crónicas de su viaje a la Europa Cristiana del siglo XIV se asombraba señalando: "allá todas las mujeres, aún las más pobres, las más humildes parecen damas".

Cuando el protestantismo, que vuelve a las antiguas doctrinas dualistas, privilegia de tal modo la figura de Cristo que descarta totalmente el papel de María, eso no va sin consecuencias sociales. En los paises donde domina el protestantismo el papel del varón vuelve a ser sobrevalorado. La mujer, en el puritanismo, se convierte nuevamente en objeto y ocasión de pecado, en pura servidora del varón y engendradora de hijos, pero no consorte, mujer, comparte, amiga, compañera y, menos, capaz de responsabilidades públicas.

El mundo protestante se sumerge en una civilización machista, desconfiada del sexo y del amor marital... El único papel valorado es el del varón. De allí que cuando, por reacción, en el mundo anglosajón protestantizado, la mujer empieza a luchar por sus derechos, su único objetivo, en vez de reivindicar el papel impar de lo femenino, será querer asimilarse a lo masculino. Falso feminismo que llevará a la mujer, en inferioridad de condiciones, a tratar de imitar al varón. Feminismo extraviado que se transforma, en el fondo, en homenaje y sumisión al machismo.

De rebote, de lo femenino, se rescata solo lo que en la mujer hay de más notablemente diferenciador, lo puramente erótico y, así, objeto de consumo sexual, la pornografía y el arte se combinan en presentar un prototipo de mujer que, diciéndose liberada, aún allí sirve tontamente a los deseos del macho. También eso nace, por reacción, en el mundo protestante.

Peor aún: cuando la mujer pierde la conciencia de la dignidad de lo propio y de la riqueza de su papel femenino y se asimila bobamente a lo masculino, como lo masculino, para identificarse, necesita la polaridad complementaria de lo femenino, sin ella se vuelve cada vez menos viril. Cuando la mujer se hace menos mujer, el varón se vuelve menos varón. Y allí estamos, otra vez, en el unisex, en el andrógino, y, peor, en el auge y la promoción de la homosexualidad que, ¡oh causalidad!, también empieza a medrar y levantar cabeza en el medio nórdico, anglosajón, protestante..., allí donde María ha sido desterrada.

Todas estas pestes van siendo ya importadas a nuestros pobres paises otrora católicos, otrora orgullosos de sus varones bien varones y de sus mujeres bien mujeres.

Quizá sea por eso que, en fecha tan cercana a nuestros días como el 1950, frente al falso feminismo de ciertos marimachos nacidos en las brumas del protestantismo anglosajón, el Papa Pio XII levanta, como bandera católica del feminismo, el dogma de la Asunción. Creencia antiquísima en la Iglesia, pero que este gran Papa cree conveniente promulgar ahora como dogma; es decir como una de las verdades esenciales de nuestra concepción del hombre y de Dios.

Porque si la Resurrección y Ascensión de Jesús habla de la posibilidad realizada ya en él, de que el hombre trascienda su condición humana y, por el misterio de la Redención, alcance la plenitud de lo divino, como el hombre no es solo varón, sino que 'varón y mujer los creó', esa realización plena tenía que tocar no solo a lo masculino, a Jesús varón, sino también a la mujer.

La Pascua de Resurrección solo se entiende verdaderamente cuando nos damos cuenta de que no solo el varón ha resucitado sino también la mujer. La Ascensión se comprende plenamente en la Asunción.

No solo está sentado a la derecha del Padre lo masculino del ser humano, eso sería incompleto, trunco... sino también lo femenino, la riqueza propia de la mujer. No solo son transformados hacia Dios los pujos del varón, sus empresas viriles, sus acciones, pensamientos y sentimientos masculinos, sino también los sentimientos y poesía de la madre, los heroísmos y empresas de la hija y de la hermana, los amores y entregas de la esposa, y todo lo femenino que aún la mujer ha de descubrir en si misma y aportar a esta sociedad en decadencia, para hacerla realmente humana, rica, diferenciada, no brutal, machista, prepotente y, menos, hermafrodita, triste, emasculada...

Que el Señor y la Dama, que Cristo y María, sentados ambos a la derecha del Padre, nos entreguen sus respectivas y diferenciadas gracias y, en sociedad e Iglesia enriquecidas por el aporte distinto de varones y mujeres, nos concedan el honor de acompañarlos un día para siempre, santos y santas, en la eternidad.

Oh señora mía, oh madre mía, yo me ofrezco enteramente a ti.

En prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo mi ser.

Ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén....

Fuente: catecismo.com.ar

[*] Sinvergüenzas: nos quieren hablar de educación sexual a nosotros, que hace dos mil años venimos haciéndola, educando en la castidad y la temperancia, en el papel sublime del sexo en el matrimonio y la maternidad, en la figura de María. Que, en Occidente, algunos padres o algunas culturas de origen protestante no lo hayan hecho, puede llegar a admitirse, pero ¡el cristianismo en serio!

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